Breakfast del Asesino en Serie
Puestas las víctimas en un lugar próximo, junta los implementos necesarios para comenzar su masacre. Comienza por el paliducho, cuyo cuerpo pronto se estrella una y otra vez contra cualquier cosa dura a la mano. Algo de pronto se triza y el líquido mana del interior, por lo que el perpretador se detiene y toma alguno de los utensilios para juntar lo que vaya saliendo del cuerpo, especialmente entrañas. Siempre odia que las cosas se desparramen por el suelo - tiene una extraña fascinación por la limpieza -. Decide borrar al ahora cuasi-amarillo sujeto con fuego, el fuego que lo consume todo. No quiere dejar evidencias. No sea que. Rocía al pobre diablo con un elemento ad-hok para la ocasión y pronto el fósforo comienza a hacer su trabajo. Así se escucha una sinfonía de crepitaciones y gritos sordos del desdichado, mientras el asesino toma un polvo extraño - algo parecido al azufre - arrojándoselo a la cara, como si eso aumentara aún más el sabor de esta barbarie. El gordo que yace asegurado en otro lugar, observa horrorizado el destino de su amigo, ahora apuñalado entre las flamas con un azadón, mezclando todo lo que queda de esa pobre masa incorpórea.
Stop, cambio de planes. Apagar el fuego y sacar los vestigios del infierno, pues surge una idea mejor. Entonces le toca al otro, pero hay que hacerlo rápido pues comienza a cansarse. El tipo no ofrece resistencia cuando el cuchillo se hunde en su estómago incesantemente, pero se comienza a revolcar cuando ve venir la última maniobra. Le gusta ver el horror en sus víctimas antes del coup de grace, un placer sádico adquirido a los 15. Toma con el azadón los restos del otro y se los arroja encima, que se desmaya entre dolor e impresión. Mira ansiosamente el resultado de su obra relamiéndose satisfecho, y entonces da el primer mordisco. Nota que le faltó una pizca de sal al huevo, pero el pan está lo suficientemente sabroso como para suplir esa falta. Nada como un pan con huevo por la mañana.
Stop, cambio de planes. Apagar el fuego y sacar los vestigios del infierno, pues surge una idea mejor. Entonces le toca al otro, pero hay que hacerlo rápido pues comienza a cansarse. El tipo no ofrece resistencia cuando el cuchillo se hunde en su estómago incesantemente, pero se comienza a revolcar cuando ve venir la última maniobra. Le gusta ver el horror en sus víctimas antes del coup de grace, un placer sádico adquirido a los 15. Toma con el azadón los restos del otro y se los arroja encima, que se desmaya entre dolor e impresión. Mira ansiosamente el resultado de su obra relamiéndose satisfecho, y entonces da el primer mordisco. Nota que le faltó una pizca de sal al huevo, pero el pan está lo suficientemente sabroso como para suplir esa falta. Nada como un pan con huevo por la mañana.