Me amparo en este instante
para decir lo ineludible;
que el tiempo se lleva lo mustio,
que la primavera no se rinde,
y que tus labios guardan
- secretamente me dirás -
un tesoro de palabras,
que esperan brotar
cuando tu corazón,
libre de pasados y deshoras,
se decida a violentar
su latido contenido.
Porque ahora que recuperamos
los momentos de otras vidas,
que coincidimos
como desperezándonos de un sueño,
sea la hora de enarbolar
ese inquieto retoño en nuestras manos
y, vistiéndonos de su caprichoso despertar
podamos ser hoja y sol,
ave y semilla.
Y aunque el vértigo al andar
me arroje contra el silencio,
no te aflijas,
yo sabré retornar
a tu felinidad incorregible,
como un Ulises oculto sobre las olas.
Porque no me basta
que las mañanas sean menos frías
o el cielo más arrebolado
ahora que llegaste,
no me sirve ese apretón
que sacude mis entrañas
cada vez que te veo,
si me vuelvo nota incorrecta
en nuestra danza acompasada,
si cuando quiero ser oleaje
tú me ofreces el sereno.
Por eso te pido
pequeña dama,
que seas como aquel rocío nocturno,
envolvente pero suave,
repentino pero quieto,
y humedezcas esta corteza insegura
con tu savia placentera.
Entonces,
solo entonces
toma estos versos
y báñalos en tus ojos traviesos,
pues con la leve brisa
que los embarco
desde mis manos copiosas
de tu cintura,
pueden sobrevivir
la tormenta más terrible,
el fuego más quemante,
el tiempo si no estás.
lunes, 26 de septiembre de 2011
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