Quién lo diría. El mundo "adulto", ese al que tanto quería llegar de niño, donde se experimentaran más libertades, más goce de la vida, donde la comentada promesa del american dream reflotara como la epistemología de una nueva tierra, no es más que una gran farsa. Resulta que las presiones del mundo capitalista por hacer inverosímil la felicidad completa, son en gran medida la realidad que viven los seres humanos, y ahora me doy cuenta en todo su esplendor. Los medios, el mundillo de la farándula, la política manipuladora de masas, el consumo (malo y feo, por cierto), y tantas otras cosas no son más que un Ritalín a la vena, cohartante y asfixiante en el anhelo de mantenernos cabeza gacha frente a la pantalla.
Triste (y a la vez relajante) es decir que la paz que busco no yace en las grises faldas empresariales y en la citadina existencia, donde se transa el sudor de la frente, donde las famas cortazarianas gobiernan desde castillos en el aire, mantenidos solo por nuestra ingenuidad. Tampoco en la vida bohemia que alguna vez anhelé, la vida del loft, del copete on the rocks, y la música jazz ambientando una buena conversación. Es triste aceptarlo, porque el camino fácil ha muerto, esa comodidad de sillón, cerveza y control de la tele; sí, triste, porque no hay vuelta atrás para los desheredados del sistema.
Mi camino en cambio, se muda a los parajes de la liberación del pensamiento y el crecimiento espiritual, que pervive en el arte, en la creación, y la conexión universal entre los seres que existimos. Me sumerjo entonces, en el intento de romper mis barreras ontológicas oxidadas, y desvestirme de esa epistemología sucia que no es sino esclavizante. Tomo el ropaje de la tierra, del sentir y busco, aunque no solo, el grial de la existencia, ese que nos lleve a todos a aceptarnos como seres libres y sobre todo, existentes. Pues como diría Freire hace varias décadas atrás, "Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión".
Triste (y a la vez relajante) es decir que la paz que busco no yace en las grises faldas empresariales y en la citadina existencia, donde se transa el sudor de la frente, donde las famas cortazarianas gobiernan desde castillos en el aire, mantenidos solo por nuestra ingenuidad. Tampoco en la vida bohemia que alguna vez anhelé, la vida del loft, del copete on the rocks, y la música jazz ambientando una buena conversación. Es triste aceptarlo, porque el camino fácil ha muerto, esa comodidad de sillón, cerveza y control de la tele; sí, triste, porque no hay vuelta atrás para los desheredados del sistema.
Mi camino en cambio, se muda a los parajes de la liberación del pensamiento y el crecimiento espiritual, que pervive en el arte, en la creación, y la conexión universal entre los seres que existimos. Me sumerjo entonces, en el intento de romper mis barreras ontológicas oxidadas, y desvestirme de esa epistemología sucia que no es sino esclavizante. Tomo el ropaje de la tierra, del sentir y busco, aunque no solo, el grial de la existencia, ese que nos lleve a todos a aceptarnos como seres libres y sobre todo, existentes. Pues como diría Freire hace varias décadas atrás, "Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión".
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