Oh, Dama agridulce!
engendrada por nuestro incendiario
deseo de poder y las malas costas del corazón,
proxeneta de la realidad que sonríe
mientras transa; eres cual flor sucia
abandonada por espinar,
inconforme con lo que tiene,
sedienta por tocar lo que su pólen no alcanza.
Mira tu eternísima mueca, ese bluffeo
pretencioso que juega un full de Dios
al cual creemos; nos tragamos
esa sensual mirada cuando vistes
de morena, rubia o pelirroja
- que más da, si con tu beso restringido
todos caemos por igual -;
y amamos ese falso calor
tuyo que nos nutre
de una máscara ad-hok a la ocasión.
¿Quién se salva de ti?
¿quién se librará de esta
guerra del metro cuadrado?
Escúchanos Señor, ante tu estatua
y los santos te rogamos.
domingo, 2 de noviembre de 2008
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